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Channel: huesos – Ni libre ni ocupado
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Los abrazos del frío

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Ahí sentada parece un ángel de lana. Indefensa. Congelada. Absorta. Feliz.

Jersey gordo y azul, de cuello vuelto. Guantes pequeños. Pómulos rojos. Al entrar trajo consigo el frío de la calle. Sin embargo ahora, en el calor de mi taxi, parece mirar ese mismo frío del otro lado del cristal con añoranza. Con nostalgia, quizás. Lo digo porque sigue con los hombros encogidos, como si tratara de meterse dentro de sí misma para abrazarse a su propio esqueleto blando y de terciopelo color hueso. Está mirando el frío de la calle con asombro. No hay duda que se siente bien.

Y, seguro, estará pensando en el momento de meterse en la cama, con la ventana abierta para que entre el frío y ella dentro, debajo de su edredón de plumas con flores cálidas estampadas, abrigada hasta los ojos, sólo los ojos, el arco de la nariz y la frente en contacto directo con ese frío gélido, polar, puro, de fuera; o sus deditos también a la intemperie, quizás, sujetando el edredón para que ningún viento lo mueva ni un milímetro. Y esperará a que su cuerpo, su piel, caliente las sábanas para sentirse plena, libre, sosegada, equilibrada y protegida de todo lo que suceda fuera, en la calle, en el mundo, en el cosmos, como si el edredón hiciera las veces de coraza, de muro infranqueable o de nube que separa la borrasca de arriba con el cielo azul de dentro. Y dormirá sin querer dormir para no perderse ese momento.

¿Sabes a qué sensación me refiero?


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